El pensamiento y lo moviente (1934) es el último libro de Henri Bergson. Y no es poco decir en un pensador que arrastró desde siempre una intuición única. Intuición desplegada en un abanico multicolor, y no obstante única. Tal intuición es, para el filósofo, algo simple, infinitamente simple, tan extraordinariamente simple que el filósofo jamás ha llegado a decirla. Y por eso ha hablado toda su vida.
Solamente quien posee una visión puede filosofar. Y la suya era la de una vida sub specie durationis, inserta en el flujo continuo e indivisible de la realidad, entablando con ella una larga camaradería, ganando su confianza. El filósofo, a la manera del buen sastre, trabaja a medida, un traje para cada ser, aquel que le calza, que es el suyo. Pero mientras tanto el ser se ha convertido en algo huidizo, por tanto el esfuerzo del filósofo es singular, y su herramental clásico analítico- se convierte en herrumbre. Solo una filosofía a la vez moviente puede penetrar en el murmullo impersonal de la vida profunda, donde el tiempo se vuelve eficaz, cargado de esa diferencia de tensión que es quizá el elemento clave de la existencia.Un tiempo que dura, una evolución preñada de imprevisible novedad, creadora, un presente espeso y a la vez elástico, que se dilata hacia el pasado y hacia el porvenir.
Dicha intuición, visionaria, que es ya la de Bergson sin pertenecerle del todo, se ha dilatado al máximo, hasta esta cima del pensamiento que nos presenta un cambio único que se estira como una melodía indivisible, donde lo importante no es algo que cambia sino el cambio mismo, y donde aflora la imagenque es tal vez más potente que el concepto, en tanto puede atraernos aquella intuición huidiza. Pero entonces quizá haya que pensar en un universo de imágenes per se, más allá de una conciencia imaginante a la manera sartreana. Universo enunciado por Bergson mediante una fórmula luminosa: undevenir sin necesidad de soporte.
¿Qué es esta visión? ¿Es falsa, es verdadera? Poco importa. Nos volverá más fuertes y más alegres, eso es todo.