AA.VV
La violencia ha estado siempre unida a la historia del ser humano, desde sus inicios hasta ahora, y nada indica que vaya a dejar de estarlo en el futuro; más bien, pensar lo contrario parece una utopía. Irene Ortiz Gala nos recuerda en el dosier de este número estas palabras que Hannah Arendt escribe en Sobre la violencia: «Nadie consagrado a pensar sobre la Historia y la Política puede permanecer ignorante del enorme papel que la violencia ha desempeñado siempre en los asuntos humanos». El daño ejercido por unas personas sobre otras personas no es fácil de asumir, sea del nivel y del tipo que sea. A diferencia del poder, la violencia necesita de instrumentos, señala Arendt en su libro. La violencia es, pues, instrumental por naturaleza y requiere una justificación para conseguir su propósito. Una justificación que Kant nunca reconocería. Su filosofía moral defiende que ninguna persona debe ser sacrificada en nombre de ninguna causa, por muy grande que esta sea, porque los seres humanos no somos un medio, sino un fin en nosotros mismos. Pero mientras esa paz perpetua parece imposible de alcanzar, la violencia se ha convertido en una presencia cotidiana y cada vez más cercana, una realidad casi rutinaria y normal con un efecto paralizante que provoca la no-acción ante ella: nos ha adormecido los sentidos y las emociones al verla, leerla, escucharla, conocerla. No permitamos que la costumbre nos anestesie. Hablemos de la violencia, nombrémosla, expliquémosla, reflexionemos en alto sobre ella. Es labor de la filosofía ocuparse de los asuntos cotidianos, y la violencia lo es. De lo que no se habla, no se hace visible; y lo que no se hace evidente, no se aborda, no se analiza ni se soluciona, porque en la práctica es como si no existiera. No podemos girar la cabeza hacia el otro lado; es fundamental mirar de frente a la barbarie, sea esta la que sea, y hacer filosofía con y contra ella. Por si acaso las utopías se hacen realidad.