Los escritos aquí reunidos (1903-1911), compilados por el propio Giovanni Papini, sirven no sólo como testimonio de sus inquietudes intelectuales más tempranas en torno al pragmatismo, sino también como documento de la tonalidad emotiva que envolvió su época.
Nunca como en este momento el hombre puede sentir la grandeza extraordinaria de su voluntad. Yo me encuentro frente a esta terrible encrucijada en una especie de éxtasis de sublimidad.
La inteligencia humana ha indagado ya largamente las potencias volitivas que acechan al hombre. Papini no lo ignora: de los santos cristianos a los místicos y el hinduismo, de Pascal a Bergson. Con William James hará algo más que una mención. Dedica un capítulo entero a sus ideas sobre la influencia de la Creencia en la Realidad y su vínculo con la Acción, tríada sobre la cual concentra sus reflexiones más riesgosas en pos de una filosofía de la acción.
Hasta el momento el pensador asumía respecto de las cosas una actitud casi pasiva, cognoscitiva, teórica, ahora debe asumir una actitud activa, práctica. No solamente debe conocer y aceptar el mundo, sino que debe salvarlo, transformarlo y acrecentarlo.
De aquí que estos escritos-militantes (armada pragmatista) -en su mayoría publicados en la revista Il Leonardo (1903-1907)- asuman un tono fundacional dirigido a trastocar los métodos y los instrumentos de la indagación filosófica; pero también el gesto crítico de vocación programática; el ejemplo práctico; e incluso, en passant, la forma de una teoría metafísica sobre la tendencia inercial del mundo hacia la unidad.
Salvarlo con la búsqueda del particular y de la actividad, transformarlo con la investigación de nuevos conocimientos, y acrecentarlo con la creación de otros mundos. (¿Existe el mundo? No, existen los mundos, muchos mundos, tantos mundos como hombres. Es preciso crearlos.)
Servirían entonces ya no sólo como testimonio y documento, sino también como notas preliminares, apuntes dispares, de la pregunta siempre contemporánea por los modos del cambio y la innovación.
Y es así que aparece el último problema del hombre-Dios: el de los modelos de los cambios. Para hacer cambiar algo es preciso tener una idea, un diseño, un programa de aquello que se quiere ver aparecer en lugar de lo que existe.
Ver para creer. Querer ver.
Quien no ve y no sabe qué cosa quiere hacer no podrá jamás cambiar ni siquiera el color de una hoja.