ANÓNIMO
«Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas», escribió una vez Borges en una brillante reflexión sobre la representación de Dios y del Ser como «esfera infinita». La larga trayectoria de esta metáfora, muy discutida durante toda la Edad Media por teólogos, no puede prescindir del segundo aforismo de este anónimo Libro de los veinticuatro filósofos, enigmático texto de la segunda mitad del siglo XII que recoge las definiciones de la divinidad propuestas por veinticuatro sabios reunidos en un simposio: «Dios es una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes y su circunferencia en ninguna». La profundidad y belleza de esta sentencia no dejará de fascinar a la cultura europea a través de los siglos: será recogida y reelaborada por Alain de Lille, Maestro Eckhart y Nicolás de Cusa en el Medioevo; por Giordano Bruno y Copérnico en el Renacimiento; un siglo después por Pascal, hasta llegar al simbolismo geométrico del Romanticismo alemán. Las veinticuatro definiciones que componen el Liber, seguidas de un comentario que alumbra su íntima coherencia teórica, expresan las condiciones generales que llevan a la mente humana a traducir en conceptos la intuición noética de lo divino, bajo la comprensión de un pensamiento que aspira a conjugar la revelación cristiana con la razón neoplatónica.