Bacon escribió en el siglo XVII, más o menos 400 años atrás, que el fin de la ciencia era, entre otras cosas, buscar "la prolongación de la vida, la restitución de la juventud en algún grado, la curación de las enfermedades consideradas incurables, la mitigación del dolor [...], el incremento de la fuerza y de la actividad, [...], la alteración de la complexión, de la gordura y la delgadez; la modificación de la estatura, la modificación de las características físicas, el acrecentamiento y la exaltación de las capacidades intelectuales, el trasplante de cuerpos dentro de otros cuerpos, la creación de especies nuevas, el trasplante de una especie dentro de otra especie".
Pues bien, este libro explicita los presupuestos epistemológicos y metafísicos de estas propuestas prometeicas que convirtieron al filósofo inglés en uno de los padres de la modernidad y de su proyecto técnico-científico. Y lo intenta hacer a partir del complejo y ambiguo concepto de Forma leído como ley natural. Con las Formas el Canciller buscaba construir obras que no sólo fueran garantía de la verdad natural, sino que estuvieran al servicio de las necesidades humanas, de hacer todas las cosas posibles y que posibilitara el "Imperio humano sobre el universo".
Por lo demás, es un libro que contribuye a la historiografía de la llamada "revolución científica de la modernidad" y presenta una lectura detallada y crítica de la filosofía natural de Francis Bacon.