Cada vez más a menudo políticos, filósofos e intelectuales se autoproclaman depositarios de la verdad. La realidad que describen, presentada como objetiva, clara, absoluta, se proyecta en un nuevo orden tecnológico, social y político sustentado en el capitalismo de la vigilancia y en el populismo de derechas, y resumido en una aplastante consigna: toda alteridad, toda desviación, todo elemento residual deben ser reabsorbidos y reconducidos dentro de la norma, hasta el punto de que el pensamiento crítico se ve desincentivado, e incluso censurado o ahogado en un sentimiento de difusa amenaza constante.
Esto explica que la mayor de las emergencias de nuestro tiempo sea la ausencia de emergencias: las amenazas reales (como el desmantelamiento del estado de bienestar, la desigualdad económica o el cambio climático), de hecho, se quedan al margen del debate público, copado por el creciente espacio que ocupan los miedos fabricados ad hoc por ciertos políticos y medios de comunicación.
¿Cómo subvertir, entonces, este orden asfixiante? Identificando las emergencias ausentes mediante un pensamiento desligado de los esquemas dominantes. La ausencia de ataduras -o, dicho de otra forma, el atreverse con interpretaciones nuevas de la realidad- es hoy más que nunca un acto de resistencia política: el único, quizá, que nos permite reconquistar y defender nuestros espacios de libertad.