DERRIDA, JACQUES
Agradeciendo a Marguerite Derrida, quien a ojos casi cerrados confió en la publicación de este intento de trasiego de uno de los escritos de su esposo más evidentemente atraídos por el punto ciego en el corazón del rasgo, sea al filo de la pincelada inconfundible y del singular pigmento que delatan al falsario, sea al son de la inflexión de estilo que el intérprete demasiado sensible a las pautas gramaticales y a las heridas narcisistas suele justificar picando el ojo al texto-fuente y regalando arandelas a la páginas del otro para mejor ignorar "el problema económico de la traducción"! ... Valga admitir que si las facciones no son tema de mirada (palabras de Lévinas: del rostro no hay imagen), las acciones del trazo tampoco: no se embolsan sin caer bajo el peso del dato asimilable. Sin que por eso se esfumen a precio de huevo ocultista. La tensión de quien templa el arco de aquello que no tiene la manera ni el tiempo de reconocer como originalmente suyo se substrae al sujeto de una especulación rentable, toda vez que ostendere o "echar adelante" y por ende "hacer ver" donde ciego y dibujante se cruzan viene a ser cosa del que no ve ni se ve dándose a ver como nadie en el mundo.