ALLIEZ, ÉRIC
Salir de la filosofía
por la filosofía. ¿Cómo piensan los pintores? Eric Alliez y Jean-Clet Martin toman la posta del maestro, Gilles Deleuze, para llevarla más lejos. Lo hacen en ese punto preciso de su investigación que es el de la pintura y su lógica de las sensaciones. De las sensaciones porque no es del concepto, pero lógica porque sí es del pensamiento. Los pintores piensan de un modo extraño, inmanente a su pintura, piensan por diagrama.
En busca de dicho diagrama pictórico, y de su geología, se recorrerá un trayecto sinuoso que llevará desde Goethe y su teoría de los colores, su ojo colorante, a Delacroix y la potencia desatada del color, pasando por la transición luminista de Manet y su ojo que aplana, por el extraterrestre Seurat y su ojo-máquina, por el salvaje Gauguin y su ojo de la tierra, hasta desembocar finalmente en Cézanne como punto crucial en la pintura por venir y en la constitución del ojo-cerebro del pintor.
¿Por qué Cézanne es el punto brillante de este universo de la pintura? Porque es quien mejor expresa la catástrofe, no pintada, sino en la propia pintura. En su ruptura de los planos en profundidad, paralela a la naturaleza, que le permitirá extraer bloques de sensaciones colorantes; en una especie de fracking intersticial de toques y manchas constructivas; modulando un medio menos óptico que háptico; o bien, hallando trabajosamente la atmósfera curva que envuelve virtualmente al cuadro, pero siempre en la inconclusión, nunca en equilibrio.
Cézanne, entonces, como quien se rehúsa testarudamente a escoger entre el ojo y el cerebro, como quien cerebraliza la mirada. Nunca el ojo que se fija, que se somete al cliché, sino más bien un cerebro que alucina, y que alucinando vuelve loco al ojo, y lo conmina a (des)andar juntos el camino hacia lo que Taine llamaba la alucinación verídica, y que el viejo Cézanne rebautizó como la verdad en pintura. El ojo-cerebro del pintor.