RIQUELME LIDÓN, FERNANDO
De las múltiples maneras que de viajar hay, no cabe duda de que es la de los diplomáticos y acreditados una de las más interesantes y de la que más jugo pueden sacar tanto el viajero a ella determinada como los humildes sedentarios a quien este haya podido iluminar con sus relatos y discursos. Sus viajes no suelen tener el aspecto generalmente banal que les otorgan los turistas profesionales o accidentales y parecen aportarnos bastantes más cosas que las trivialidades al uso o las inquietantes intrigas que se urden en embajadas y consulados. Y con el mayor interés suelen ser recibidos tales discursos y relatos cuando se trata de temas tan próximos, a la par que profundos, como suelen ser los relacionados con la alimentación y con su saber.
Por si tal manera de ver precisara de contrapeso, Fernando Riquelme Lidón viaja también al interior de su memoria con parecido criterio profesional y, así, sus pinceladas gastronómicas sobre la Vega Baja del Segura pueden completar, matizar o resaltar las que sobre Nápoles, Damasco, Berna, Varsovia, la antigua Fernando Poo? o la propia Orihuela, Madrid o el Bierzo va imprimiendo en el nada pequeño lienzo de su memoria gastronómica. Aquí están los huevos, los quesos innumerables, el chocolate, las brevas, los pucheros, el café en sus mil caras italianas, la paella y los arroces, los pimientos y sus guindillas, el fiqquz (pepino), los jínjoles, el cocido y su ropa vieja, el trifle y un sinfín más de platos y preparaciones que ocupan su lugar preciso en la memoria viajera de Fernando Riquelme, prematuramente abocado a estas lides gastronómicas por unas retorcidas y crujientes pieles de bacalao que se asaban sobre la chapa para deleite del Rey de las Patatas, su honorable padre.