MALLARINO FLOREZ, GONZALO
Un ensayo sobre un año que nos cambió la vida para siempre.
1982 fue uno de los años más tumultuosos en la vida de Gabriel García Márquez. Terminaba el gobierno de Julio César Turbay Ayala, al cual se había opuesto toda la izquierda colombiana por sus métodos represivos y dignos de una dictadura de ultraderecha: cientos de encarcelados, torturados y perseguidos políticos bajo la doctrina del Estatuto de seguridad. García Márquez había sido férreo opositor a esa lógica y un defensor de una salida pacífica al problema de las guerrillas. Ese año, sin embargo, el gobierno lanzó la amenaza de que iba a capturarlo y el escritor se exilió en México desde donde entabló una discusión seria con el país que se resistía a su grandeza literaria. Entonces se produjo la noticia:
ESTOCOLMO, 19 de octubre (UPI, AP, AFP, ANSA y EFE). Un Nobel que corona a las letras latinoamericanas significó hoy en definitiva la decisión tomada por la Academia Sueca al premiar aquí al colombiano Gabriel García Márquez con el máximo galardón mundial de literatura.
El jurado sueco estimó asimismo que el éxito alcanzado en 1967 por los millones de ejemplares de su novela Cien años de soledad hubiera podido ser fatal a un escritor con menos recursos que los del autor colombiano, pero que su épica obra El Otoño del patriarca, publicada ocho años más tarde, puede sin desmedro medirse con la precedente.
La muerte es posiblemente, concluye la Academia, el más importante escenógrafo en el mundo inventado y descubierto por el escritor colombiano, un mundo podría decirse descubierto a la luz de la opresión y la injusticia.
Los violentos conflictos de índole política provocan la fiebre del clima intelectual, dijo el Jurado a referirse al combate político del laureado, del lado de los pobres y los débiles contra la opresión y la explotación económica del extranjero.
Gonzalo Mallarino Flórez fue uno de los invitados a dicha ceremonia en la cual Colombia se tomó la fría Estocolmo. Esta es la crónica del antes, el durante y el después. Es la manera de honrar un hecho que nos brindó la posibilidad de que nuestra lengua se hiciera universal.