JAMES, HENRY
Henry James era una cotilla. Hago este comentario desde el respeto y la profunda admiración por un escritor genial, consultando concienzudamente la definición en los diccionarios. Lo explico: sabemos, sobre todo por sus cuadernos, que el escritor tuvo una intensa vida mundana, siempre atento a los cuentos y a los chismes de los personajes de la alta sociedad, que le fascinaron, y que fueron el germen de muchos -de casi todos- sus relatos. Washington Square parece tener su origen en una historia real, que le refirió la actriz y escritora Frances Anne Kremble, cuyos detalles pergeñó en una entrada en su diario, el 21 de febrero de 1879.
Lo extraordinario es que James decida emplear esa faceta de su personalidad en la construcción de la voz narrativa, y que lo haga con una solvencia notable. Es un narrador-cotilla, que actúa como un espía para el lector; que parece ir contándonos hechos que ha atisbado a escondidas y oído referir a segundas personas; hechos que luego juzga, altera y comunica, influenciando al lector, a quien se dirige cuando le conviene. En paralelo, traslada la omnisciencia a uno de los protagonistas, Austin Sloper, que asegura conocer todo lo que ocurre en las mentes y en las vidas de sus compañeros de reparto, en un tiempo absoluto. Ésta propuesta narrativa funciona, respecto al lector, produciendo un efecto extravagante, cargado de ironía; y al mismo tiempo desenfoca la narración dándole una vuelta de tuerca, en un ejercicio literario soberbio.
Ese narrador es también entomólogo, descriptor prolijo, minucioso en el detalle hasta la magnificación, que transcribe conversaciones, plagadas de fintas como un duelo, cruzadas por la mente cínica, imparcial y analítica del doctor Sloper.