IWASAKI, FERNANDO
Samuráis con poncho andino, soldaditos de plomo que ceden su lugar a los jedis de Star Wars, grafitis leídos en el autobús que presagian la llegada de Facebook: hace treinta años, Fernando Iwasaki sorprendía a una Lima ochentera con un manojo de relatos que seducían por su mundo reconocible y entrañable. Fantásticos o de horror, resultaban tan próximos como un padre que le cuenta un cuento terrorífico a un niño a la hora de dormir, envuelto en sábanas frías y en el dulce escalofrío del miedo.
Tres noches de corbata, libro inaugural y lleno de felicísimos relatos que hoy celebramos en una nueva edición, no es solo un libro donde encontramos los puntos de tensión que Iwasaki explorará en sus narraciones posteriores, sino, como señala Jorge Eduardo Benavides, la impronta de su humor elegante y ácido, de su mordacidad, su conocimiento y erudición, saberes que resultan su sello distintivo, su marca de fábrica.
El humor de Iwasaki a veces sarcástico y amable como el de Palma, a veces ingenioso y callejero como el de palomilla de barrio ofrece sus mejores resultados cuando funciona como el enmascaramiento de un sujeto que se sabe risible y que, además, sabe reírse. En este sentido, muchos de sus cuentos funcionan como una suerte de catarsis revertida: el sujeto se ríe (y fuerte) de sí mismo para adelantarse a la posibilidad que los otros lo hieran, pero a la vez abre silenciosamente las compuertas para que cada quien descubra su parte más risible, aquella que calla y trata de olvidar incrementando con el tiempo su propio dolor. Eduardo Chirinos