PÉREZ GIL, RODRIGO
Hay un hombre que se mueve, inaprensible, por estos relatos, mirándolo todo con pasmo y provisto de un aliento vivo por ensayar otros montajes de la realidad. La calle, muchas ve-ces tomada como excusa para un sesgo miserabilista, en este libro, es interpelada con el rigor de la inteligencia y de la belleza. Un lenguaje que acompaña y no juzga transfigura el infierno en carnaval de personajes que desarrugan el rostro ceñudo de la historia. Jorge Iván Agudelo