La obra del filósofo Gilles Deleuze (1925-1995) expresó siempre, de diversos modos, una incomodidad y una distancia respecto de la filosofía practicada como disciplina académica, catálogo de relaciones entre conceptos, museo de su propia historia, envase cerrado en sus propias reglas de validación. Este rechazo alimentó un sueño inconcluso, realizado solo a medias según él, y que nunca formuló de modo explícito. Para el profesor al que le hubiera gustado lograr dar una clase como Bob Dylan, ese sueño llevaba el nombre de pop-filosofía. Una buena manera de leer, hoy en día, sería tratar un libro de la misma manera que se escucha un disco, que se ve una película o un programa de televisión (
). Los conceptos son exactamente como los sonidos, los colores o las imágenes: intensidades que nos convienen o no, que pasan o no pasan. Pop-filosofía.
Antídoto contra la sacralización conceptual y el anquilosamiento de la jerga deleuziana en el presente, el filósofo contemporáneo Laurent de Sutter (1977) recupera las coordenadas de ese sueño implícito e irrealizado de una filosofía para usar, que sale de su envase aristocrático a ofrecerse como instrumento en la exploración de las intensidades del mundo y la creación de afectos, que se destruye como sistema judicial y pedagógico sobre las experiencias para subordinarse a la lógica de las experimentaciones.