MONTAIGNE, MICHEL DE
Ya en 1928 André Gide manifestó su interés por la obra de Montaigne escribiendo para una revista un artículo sobre el pensador tal vez más citado y menos leído de la historia de la literatura universal. Al año siguiente, a instancias de la Nouvelle Revue Française, escribe otro que, unido al anterior, se publicará también ese mismo año en un volumen de Éditions de la Pléiade con el título genérico de Essai sur Montaigne. Con alguna variante volverían a publicarse diez años después, así fundidos, en el tomo XV de las Obras completas de AndréGide. Ahora bien, en 1938, la editorial Longmans & Co. De Nueva York pidió a Gide que hiciera una antología (y la prologara) de los Ensayos de Montaige especialmente concebidapara un público no francés, que se publicaría con el título de The Living Thoughts ofMontaigne, presented by André Gide. Pero en la primavera de 1939, al mismo tiempo que salía la edición norteamericana, ante la perplejidad y la irritación de Gide aparecía también en la editorial francesa Corrêa et Cie. con el título de Les pages immortelles de Montaigne, choisies et expliquées par André Gide. Gide consiguió que los editores franceses añadieran una nota explicando que la antología se había hecho pensando en lectores extranjeros, pero no logró que se retirara esa edición. No obstante, hoy casi debemos agradecer ese acto de piratería, ya que, gracias a los escasísimos ejemplares que todavía circulan, los editores extranjeros sí podemos recuperarla con pleno derecho para nuestro público.Esta selección de los Ensayos de Montaigne (1533-1592) viene ahora una vez más a cuento no sólo porque, como todos los grandes clásicos, nunca han perdido actualidad y se enriquecen por el contrario con la renovada lectura que de ellos aporta cada generación, sino porque, aprovechando el cuarto centenario de la muerte de Montaigne el año pasado, creímos sugerente entregar estos ensayos, en ese fin de siglo nuestro tan poco lector, exquisitamente elegidos, por un escritor de la talla de André Gide (1869-1951). El prólogo de Gide es el mismo que el de la edición norteamericana, y en él propone, de hecho, un reto : el de leer a Montaigne en «crudo», sin «la estopa que obstruye un poco los Ensayos e impide a menudo que lleguen a nosotros como dardos»