Mi libro se publicó originalmente en Estados Unidos y poco después fue traducido a numerosas lenguas en todo el mundo, incluido el español, pero como era de esperar, en cada país se leyó de manera diferente. Aunque creí haber dejado claro que mi propósito no era examinar la historia de los «estudios orientales» en todo el mundo, sino solo en los casos especiales de Gran Bretaña y Francia, y posteriormente en Estados Unidos, ello no impidió que algunos críticos resaltaran el hecho irrelevante de que yo había desatendido el orientalismo alemán, holandés o italiano. En posteriores respuestas a mis críticos reiteré, aunque creo que sin demasiado éxito, lo que no necesitaba repetir: que mi interés se centraba en la conexión entre imperio y orientalismo, es decir, en un tipo especial de conocimiento y de poder imperial. Alguna gente estaba empeñada simplemente en resaltar mi olvido de Alemania y Holanda, por ejemplo, sin considerar en primer lugar si tal crítica era relevante o si tenía algún interés.