PARRA BAÑÓN, JOSÉ JOAQUÍN
Los primeros en atribuir una figura a Noé a partir de las sobrias palabras del Génesis lo imaginaron envejecido, barbudo y tan fiero con sus congéneres como sumiso con la divinidad. Pero también fue descrito y pintado borracho y desnudo, aunque, antes de exhibirlo, la Biblia lo muestra en doce escenas simbólicas: de rodillas, obedeciendo a su creador; armando un recipiente que podría evitarle la muerte; construyendo un edificio para salvar a ciertas criaturas elegidas; posando con su familia; embarcando especies zoológicas en un artefacto; flotando a la deriva; navegando durante el diluvio universal; asomándose a una ventana a la espera de una paloma; desembarcando en la cima de una montaña oriental; sacrificando en el fuego a los animales que sobrevivieron a la inundación; embriagándose con el vino recién descubierto, y durmiendo la borrachera a la sombra de su guarida.
Ninguno de estos sucesos es extraño en el repertorio de las escenas míticas fundacionales. Lo que sí es verdaderamente sorprendente es que el Arca no parece una embarcación, sino un edificio: una Casa que los defiende del Diluvio y, desde entonces, los protege de las inclemencias y posterga la muerte. Por tanto, Noé fue un arquitecto, heredero de Caín y precursor de quien ideó la célebre Torre de Babel. No un armador, ni un navegante, ni siquiera un profeta, sino el primer arquitecto que proyectó una gran residencia en la Tierra. De este modo, el Arca, como evidencia Noé en imágenes y señala su subtítulo, es la más eficaz y necesaria arquitectura contra toda catástrofe.