Eugenia Sánchez Nieto sobrevive a sus palabras y a su asombrosa ironía, en precario equilibro sobre muchos abismos reales e imaginarios escribe con buen pulso el sarcasmo implacable, también su testamento de hechicera y peregrina, entrelaza recuerdos perdidos en la niebla de los años con nítidos fragmentos de su museo imaginario que caen como trozos de vidrios sobre la losa pulida de un viejo caserón en penumbras. Escribe y se nota en su tono el peso de la escritura, como si dejara reposar en ella todo su cuerpo, su femenino trasegar por todas partes. Espera el invierno, sus cuarzos, espera la reflexión del agua para embriagar sus sentidos y darles otro significado a sus párrafos, quiere resaltar con lápiz rojo el intrincado brillo blanco de los hexámetros de la lluvia, la sed escarlata del amor que todo lo puede, aprieta los párpados y retiene en ellos la belleza sin par de una infancia y sus paraísos personales. En ella llueve como llueve en un bosque sembrado de hayas, busca en la espesura la huella de una metáfora que justifique su estancia en el mundo, que la salve de sí misma, de sus defectos personales, que logre cristalizar sus deseos.