ANA RAMÍREZ
La palabra precisa. Así podría definirse la prosa de Ana Ramírez al componer unos relatos en los que convergen situaciones libres de convencionalismos, personajes con una voz interior que se expresa tanto en la palabra como en la acción, espacios imaginarios pero siempre en armonía con una realidad dúctil, con unos colores precisos, con un ritmo que llena los sentidos.
Ana Ramírez escribe desde hace años de manera silenciosa, para sí misma. Podría decirse, parafraseando a Goytisolo, que es una incurable aprendiz de escritor. Una buena aprendiz, consciente del valor de su compromiso con la literatura, algo que se hace evidente al leer las primeras páginas de «La última calle», una puerta a través de la cual el lector entrará en un universo íntimo y público, silencioso y lleno de susurros elocuentes, de sorpresas. Hasta hoy, apenas unos pocos conocen el callado trabajo de esta autora con el lenguaje, herramienta que utiliza con un propósito definido como es el de narrarse el mundo, las experiencias propias y ajenas, las pasiones que convergen en toda relación humana.
Afirma Cortázar que nadie puede pretender que los cuentos se escriban solo cuando se conocen sus leyes. Es lo que sucede con «La última calle», un libro que no se sujeta a cánones. Más bien obedece con acierto a esa voz interior, fruto de un agudo sentido de observación, de un conocimiento de la naturaleza humana en el que afloran la ironía y la comprensión.