Fernando Iriarte, alguien que corrige la noche, escribe en una orilla de su sombra: ¿Por qué tan solo amamos la presencia?/ Débiles como lotos/ En la noche exterior/ Efímeros como moscas/ De primavera/Nos aterra/La eternidad interrumpida. Escribe con carbón de las minas, ardiendo de fiebre, hurgando en la lógica de un lenguaje que llega más lejos que el tono de su voz. Duda, medita, se rompe la cabeza, escribe y describe una incesante poesía que atraviese las fronteras de su cuarto de hora, una poesía urgente donde la poesía misma pueda interrogarse sobre su propia soledad y sus carencias.