En los primeros años veinte del siglo pasado, un grupo de jóvenes, residentes en un barrio obrero de la ciudad de Moscú y muy aficionados al fútbol, decidieron crear su propio equipo de este novedoso deporte. Lo crearon en el sentido más amplio del término, porque, además de fundar el club, construyeron con sus propias manos y dinero de su bolsillo todas las instalaciones deportivas (campo, tribunas, vestuarios ). A este equipo de barrio, cuya popularidad creció muy rápido, le tocó en suerte enfrentarse, a partir de mitad de los años treinta, a las grandes sociedades deportivas militares, con Dinamo (Comisariado para Asuntos Internos) y CDKA (Ejército Rojo) a la cabeza. Sus protagonistas no pasaron indemnes por las grandes represiones estalinistas, ni por la furia del terrible general Beria. Pero esos mismos dramas (a veces tragedias) personales, unidos a sus victorias deportivas, ayudaron a crear la leyenda del Spartak de Moscú, la epopeya del equipo del pueblo.