MALDONADO, CARLOS EDUARDO
El mundo debe ser explicado y comprendido de tantas maneras como sea posible, ya, sin pretensiones de totalidad. Lo mismo sucede con la vida misma. Nunca terminamos de comprenderla en todos sus avatares, en sus comedias y tragedias, en sus dramas y en sus pequeñas cosas cotidianas. Pues, bien, igualmente juegan un papel importante en estas comprensiones y explicaciones el vacío, la ambigüedad, las ambivalencias, los implícitos, los dobles sentidos, en fin, variados tipos de ruidos.
En consecuencia, debemos estar en condiciones de aprender otros lenguajes otros códigos si se quiere para entender el mundo, el universo, la vida. Así, por ejemplo, las voces de la genética, la química, las matemáticas, la física y la biología, pero asimismo de la filosofía, la economía y la antropología, y entonces, también, desde luego, la jerga de las artes. Maxwell y Einstein no dicen el mundo mejor que Shakespeare o Mahler, por tomar una referencia, multiplicable a voluntad: Newton no explica el mundo mejor que Baudelaire, y Platón y Aristóteles no lo hacen mejor que Esquilo, Píndaro o Safo.
En otro espectro, no es seguro que Alberto Magno y Tomás de Aquino lograran comprender el mundo mejor que el mito de los nibelungos, que el Cantar de las huestes, de Igor, o que el Edda Mayor y el Edda Menor. La ciencia en general, incluida la filosofía, siempre ha asumido explícita y abiertamente que tiene un logos, mejor que la música, la poesía y la literatura. Este es el núcleo del problema. Este libro pretende abordar y resolver este asunto.