Lo que llamamos destino y fatalidad no designa otra cosa que la inmanencia de lo real. De ahí que la relación más directa de la conciencia con lo real sea de pura y simple ignorancia. Por eso cuando lo real se asoma, inesperada e insólitamente, produce terror; pero también gozo, alegría, como la que se experimenta con la música, cuya misteriosa autosuficiencia se traduce en el júbilo de todo aquel que es poseído por ella, el mismo júbilo del que asume la realidad tal y como se le presenta, es decir, de aquél que se sabe poseído por lo real, sin posibilidad de escapatoria.
Es esta filosofía trágica de lo real el gran legado de Clément Rosset. El objeto singular, inédito en español desde 1979, cierra la trilogía abierta por Lo real y su doble, y proseguida por Lo real. Tratado de la idiotez, que junto con otros siete textos constituyen lo que el autor ha llamando recientemente La escuela de lo real. La risa, el miedo, el deseo, el cine, la música son tratados a contraluz de la lucha entre lo real y su doble, que por momentos parece ser el vencedor, puesto que la realidad es tolerable sólo en la medida en que consigue hacerse olvidar. Este olvido es la marca de la filosofía, que para intentar descifrar el secreto del mundo, utiliza siempre lo otro del mundo. No obstante, afirma Rosset, «el secreto del mundo es justamente el mundo»; no hay nada más que buscar, ni el más allá, ni dios, ni el espíritu, ni las ideas. «La realidad es lo que es -ni doble, ni fea, ni bella- y no es otra cosa». Sólo admitiendo esto es posible el amor por lo singular, por la unicidad, por la existencia propia; sólo así es posible la alegría.