Jesús Montiel en El niño que he sido nos sigue traduciendo los gestos cotidianos atravesados por su íntima sensibilidad. Y como sus anteriores libros, este también se convierte en un fascinante asidero de luz, donde por primera vez deja abierta una posibilidad, una ventana rota a un primer miedo, la confesión del niño pequeño que el hombre adulto, por fin, no arrincona, suelta, nombra como la primera herida. Jesús Montiel es un guardián de horizontes, por eso es tan sencillo emocionarse en cada frase, en cada uno de sus recuerdos que con virtuosismo los hace nuestros. Una escritura tan personal, tan fuerte, tan conmovedora que hace posible otro lenguaje, uno cargado de simbolismo sin artefactos, sin fuegos artificiales, sin grandes explosiones, con la renuncia del yo. Hablamos de un narrador, de un poeta, que averigua en los gestos menores la trascendencia de las grandes preguntas, y sus respuestas, Gonzalo Gragera. Los lectores de Montiel, cada vez más, no necesitan reseñas: saben lo que van a encontrar en sus meditaciones y cuánto nos convienen. Es a quienes no se hayan acercado todavía a su escritura a quienes hay que impulsarles a que lo hagan: encontrarán descanso y belleza, Juan Marqués.