Los espejos simbolizan la realidad, el sol, la tierra, sus cuatro direcciones, la superficie y la hondura terrenales; al igual que representan a todos los hombres y mujeres que la habitamos, escribe Carlos Fuentes. De los espejos de obsidiana enterrados en la urbe totonaca de El Tajín a los espejos ibéricos de Cervantes y Velázquez, el de la locura y el del asombro, un intercambio de reflejos ha ido y venido incesantemente de una a otra orilla del Atlántico. Esta procesión de ojos pulimentados que han sido testigos de quinientos años de historia tiene un ritmo que recuerda al de las epopeyas. Son espejos saturados por el aliento de millones de hombres y mujeres que, desde la bienaventuranza fabulosa y desde la miseria extrema, han imaginado el territorio que hoy conforma el cuerpo de lo que es Hispanoamérica.