Woolf decía que uno abre las páginas de Conrad y siente lo que debió de sentir Helena de Troya al verse al espejo: hiciera lo que hiciera, nunca podría pasar por una mujer del montón. Decía también que Conrad buscaba en la extraña lengua inglesa más sus cualidades latinas que las sajonas, y por eso le resultaba imposible hacer un movimiento de la pluma que fuera feo o insignificante. Pero el corazón de las tinieblas es al mismo tiempo un relato hablado -Marlow lo cuenta de viva voz en el curso de unas horas-, y eso transmite ala prosa una curiosa tensión que para el lector es un espectáculo y para el traductor, un reto.