LE BRETON, DAVID
La danza deshace cualquier identidad, rompiendo los criterios de reconocimiento de sí y de los otros. Es existencia pura, vida anterior al sentido, pero también profusión de significaciones. Exploración de posibilidades del cuerpo, acuerdos y desacuerdos de los gestos, desplazamiento de los movimientos, la danza devela el lugar y despliega el tiempo. La danza es la invención de un mundo inédito, apertura a lo imaginario, una fuga fuera de los imperativos de significación inmediata. Cada coreografía construye su propio relato, o se deja llevar por los movimientos de los intérpretes y construye su propia necesidad. El diálogo entre los espectadores y los intérpretes es íntimo, inasible, múltiple, nunca fijo en el tiempo. La danza se ofrece como una superficie de proyección. Diseña caminos de sentido fuera de toda rutina de pensamiento. Y, al mismo tiempo, fuerza a la reflexión. En la danza, el sentido no reside en la transparencia narrativa de los movimientos del cuerpo, se despliega siempre como un horizonte, no cesa de escapar a todo intento por capturarlo. Reinvención de los brazos, de las manos, de las piernas, del tronco, del ritmo, de los gestos, o de los movimientos, de los desplazamientos, pero también del espacio y del tiempo, de la desnudez, de la distancia con el otro, de la relación entre los individuos. Es el torbellino de una liberación respecto a toda atadura simbólica inmediata. La danza es un lenguaje en sí misma, y opera un discurso sobre el mundo al transformarlo.