TWAIN, MARK
"Nadie podría vivir con quien dijera siempre la verdad" M. T. Entre las distintas variantes de mazorcas de maíz y de especies de marsupiales, la pluma de Twain no sólo se erige como instrumento de burla, sino que se alimenta de la energía, el color y el movimiento que provocan la propia inercia y entropía de sus personajes: hombres y mujeres que insisten en ver el mundo a su manera y no escatiman en exagerar detalles, negarse a reconocer lo evidente, o recurrir a la hipérbole, incluso a la fanfarronería. No es que mientan, es que deciden creerse sus propios embustes como el famoso entrenador de una atlética rana en La célebre rana saltarina del condado de Calaveras. Algunos son pobres diablos, garrulos de pueblo como el coronel Jack y el coronel Jim, que no alcanzan a ver la diferencia entre un coche y un ómnibus, o mujeres al borde del ataque de nervios, como la insoportable señora McWilliams y su particular lucha contra la difteria. Pero todos ellos, desde un profano editor de un periódico agrícola que confunde los nabos con las manzanas hasta el sufrido huésped de hotel europeo que no soporta los desayunos continentales, conforman un intrépido retrato robot de una América que ya no existe, pero cuya estela perdura en las capas freáticas de la sociedad estadounidense moderna.