El incendio había devorado árboles y una planicie de rastrojos secos, de zarzas resecas, árboles que habían sido forzados a crecer para cumplir un ciclo ahora había tan sólo viento. Isaltino de Jesús se sentó en un muro mientras que él, que había preferido permanecer un poco más en el sitio donde había sido encontrado el cadáver, ensuciaba sus pies entre montículos de ceniza tibia y restos de leña ardida. Tampoco le gustaban los incendios, ni los accidentes que tenía que investigar antes de que comenzaran los crímenes del verano.